Subimos a un tranvía en Renweg, muy cerca del Palacio Belvedere hacia el cementerio de St. Marx en el distrito vienés de Landstraße. Llegado el momento descendimos del transporte y observamos estar en una zona poco concurrida y hasta triste, puedo decir. Nada que ver con la Viena monumental y magnífica que habíamos dejado atrás. Tratamos de ubicarnos mirando nuestros planos y dirigimos los pasos al camposanto. Por mayor seguridad abordamos a un señor para preguntarle sobre la corrección de nuestro rumbo. Curiosamente no hubo necesidad de abrir la boca pues el hombre nos miró y de forma automática extendió brazo e índice en la dirección que debíamos tomar. Me pregunté cuántas veces le habrían formulado la misma cuestión que nosotros no llegamos a plantear. Por fin, allí estábamos. St. Marx, la necrópolis que desde 1784 fue el último lecho de tantas personas, incluido W. A. Mozart.
Existe cierta controversia sobre el lugar de enterramiento del genio (también sobre su muerte), pues aunque algunos autores defienden que siendo tan pobre como lo era en 1791, año de su fallecimiento, fue inhumado en una fosa común anónimamente, otros investigadores aseguran no ser correcta esta teoría. Sobre el lugar donde se cree fue depositado el cuerpo sin vida de Mozart, hoy puede verse sencillamente un pedestal donde se lee W. A. Mozart 1756-1791 y sobre él una columna rota. A su lado, un ángel de dolor.
Catedral de San Esteban (Stephansdom), donde se celebró el funeral del compositor.
Inexplicable que un personaje tan relevante en nuestra cultura no tenga sepultura bien identificada. Siempre me ha sorprendido este hecho.
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