Bienvenido a este blog. Hasta principios de otoño de 2018 y desde marzo de 2010, sirvió para que el alumnado al que atendí en las áreas de Música y Lenguaje tuviera a su disposición una herramienta que poder usar al trabajar en dichas materias.
A partir de ahora se convertirá en el escritorio de un maestro jubilado. Pero no queriendo eliminar, por su posible utilidad, la información acumulada durante los ochos años citados, convivirán juntas las experiencias de una parte importante de la vida laboral con las experiencias de la vida de quien ya no ejerce la docencia.
Una advertencia: Desaparecen todas las imágenes y vídeos del alumnado, pero seguirá habiendo acceso a ellos a través del blog original, pulsando en el siguiente enlace Blog de Música y Lenguaje
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martes, 9 de junio de 2020

DO MENOR VS. DO MAYOR

Que los modos mayor y menor en música expresan respectivamente alegría y tristeza es algo de sobra conocido y en lo que no voy a profundizar.

Circunstancias especiales de estos últimos días me han ayudado a reflexionar y he recordado dos escritos que ahora voy a plasmar en este espacio. El primero lo escribió una antigua alumna del Colegio "Guzmán el Bueno" de Tarifa, donde serví durante siete años. El segundo lo hice yo mismo y se publicó, no recuerdo en qué año, en la revista Guadalmesí. 
Hasta la próxima

UNA HISTORIA DE SEMANA SANTA

El otoño empezaba a deshojar cuidadosamente los árboles y el suelo de Sevilla iba tintándose del color marrón anaranjado que caracteriza esa época del año. Manuel, como cada mañana se levantaba y miraba a través del cristal del ventanuco de su oficina. Apenas había amanecido. Aunque disponía de un cómodo piso casi en el centro de la ciudad, por su trabajo dormía muchas noches, demasiadas noches, donde trabajaba. Era dueño de una modesta nave de aparcamientos. En la planta primera se encontraba la oficina y desde allí controlaba las entradas y salidas de vehículos. Tras unos armarios metálicos, una cama plegable, una nevera, una mesa, una estufa eléctrica y poco más. La gruesa cortina separaba la parte laboral de lo que podíamos llamar “hogar”. De noche cerraba la enorme puerta corredera y por la mañana la abría nuevamente al tránsito de vehículos. No era frecuente tener que abrirla en plena madrugada.


Aquel día de otoño Manuel recibió la pésima noticia de la enfermedad de su amigo de infancia. El cáncer no era ya una posibilidad sino un diagnóstico confirmado. Religioso como era, cuando terminaba su turno de trabajo se encaminaba al cercano barrio de San Lorenzo a pedir a su Jesús del Gran Poder por la salud del amigo. Quien conoce la Semana Santa sevillana conoce también la devoción de los cofrades a sus Cristos y Vírgenes. Pues sí, Manuel pertenecía a la Hermandad de Jesús del Gran Poder porque su padre y su abuelo también pertenecieron y él, cada madrugada del Jueves al Viernes Santo acompañaba a su Cristo tras la celosía de la túnica y el capirote.

Ni un sólo día dejó de ir a pedir por su amigo. A veces desde el interior del templo, otras desde el exterior, pues estaba cerrada la puerta. Allí se fumaba su cigarrillo y oraba de la manera más natural.

Pasaron los meses y, finalizando el mes de febrero, tras cuatro meses de tortura, su amigo falleció. Para Manuel fue golpe terrible del que pensaba que no se podría recuperar. En cierta ocasión, indignado, se plantó ante la imagen.
-Llevo cuatro meses viniendo día tras día a tu casa para pedirte la salud de mi amigo y no me has hecho caso. Cuando quieras verme tendrás que venir Tú a mi casa.
Con ese despecho le habló, movido por la tristeza y el coraje que le atenazaban.

Llegó la Semana Santa y con ella la salida procesional del Jesús del Gran Poder. Manuel, como prometió, se quedó en el “hogar” de la nave. Nadie en la Hermandad recordaba ninguna ausencia de Manuel y ese año a todos extrañó enormemente.

La Estación de Penitencia se iba desarrollando con normalidad, hasta que una poderosa nube descargó agua y más agua de una manera casi torrencial. Nazarenos corriendo, músicos huyendo… en unos minutos el cortejo quedó desmembrado y el riesgo para la imagen se hacía patente. Capataz, hermano mayor y otros líderes de la Hermandad ordenaron a los costaleros una “levantá” excepcional y, a la carrera callejearon para encontrar refugio al paso.

Manuel no podía conciliar el sueño y se sobresaltó con la impresionante tormenta y cuando en el portón de la nave golpeaban con furia. Se lanzó escaleras abajo y llegado a la corredera preguntó con una voz poderosa: -¿¡Quién es!?
-¡¡El Gran Poder!! -se oyó al otro lado del húmedo y frío metal.

                                                                                                      Mari Luz

SABÍA QUE VENDRÍAS

Predicaba Jesús en Perea, provincia situada al Este del río Jordán, quizás la más bella y pintoresca de toda Palestina, cuando procedente de Betania le llegó un recado de las hermanas de Lázaro, anunciándole que éste se encontraba enfermo. Al recibirlo, Jesús comentó a los discípulos que la enfermedad no acabaría en muerte. No dio demasiada importancia al mal que aquejaba a su amigo y dejó pasar dos días aún, antes de emprender camino hacia Judea. Cruzaron el Jordán cerca de Jericó y continuaron hacia el Sur hasta que al cabo de más de día y medio de camino, alcanzaron Betania.

Cuando llegaron a la aldea, Lázaro llevaba cuatro días sepultado. Marta se enteró de que llegaba Jesús y salió a su encuentro.
-Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano, pero sé que todo lo que pidas a Dios te lo concederá -le dijo.
-Tu hermano resucitará -contestó Jesús.
Más tarde apareció María, la hermana de Marta, también llorando. Jesús la abrazó y le preguntó: -¿Dónde lo habéis sepultado?
Dirigieron a Jesús a la parte oriental del monte de los Olivos, lugar donde se hallaba el enterramiento, que era una cavidad cubierta con una losa.
-¡Quitad la losa! -ordenó Jesús.
Marta se le acercó y en voz baja advirtió: -Señor, ya huele. Lleva aquí cuatro días.
-Haced lo que os digo -replicó Jesús-. Así lo hicieron y tras elevar los ojos al cielo, gritó con voz potente: -¡Lázaro, sal fuera!
Con cierta dificultad por las vendas que lo envolvían y por el sudario que le cubría el rostro, Lázaro salió de la oquedad quedando estupefactos cuantos se encontraban allí. Algunos cayeron al suelo impresionados, otros lloraban emocionados y otros huían aterrorizados.

La casa de Lázaro no era mejor que la de otros habitantes. Una parte de ella se aprovechaba del abrigo de una roca, mientras el resto estaba construida con bloques de caliza tan blanda que se cortaba con sierras. No tenía más que dos estancias. Se accedía a ella a través de un vano carente de puerta, que preservaba la intimidad del exterior mediante una gruesa cortina. La ausencia de muebles era patente. En la parte posterior otro vano daba salida a un precioso huerto repleto de flores, naranjos y limoneros. En él, una pequeña alberca.

Ya había pasado más de una hora, cuando Lázaro regresó de haberse lavado y se dispusieron a tomar algunos alimentos. La gente aún se agolpaba en el exterior deseando ver a los protagonistas de tan extraordinario suceso.
En la habitación, sobre una alfombra sentados, estaban Jesús, Lázaro, que acaba de sumarse y María, que aún tenía los ojos muy enrojecidos. Marta, que era la más hacendosa, entraba y salía de la estancia con gesto severo, como enojada. En sus manos un cuenco de arcilla con higos secos y una jarrita con vino. Sobre una piedra circular en la alfombra, un plato con almendras, una palangana con agua y un trapo para la higiene de las manos.
-No prepares más cosas, siéntate a nuestro lado -dijo Jesús dirigiéndose a Marta.
Aún debió insistir Jesús una vez más, antes de que obedeciera. Se arregló el velo que cubría su cabello y doblando las rodillas se acomodó en la alfombra. De nuevo afloraron las lágrimas a sus bellos ojos negros y humillaba la cabeza no queriendo ser vista. Jesús, al par que le acercaba un tazón con un poco de agua, le preguntó:
-¿No estás contenta, Marta? ¿Por qué?
Ella trató de tranquilizarse, bebió agua y contestó con voz entrecortada: -Sí lo estoy, Señor, pero...- interrumpió la frase. Jesús la animó a continuar: -Pero... ¿qué?
Marta suspiró, miró a su hermano, que poco a poco iba recuperando el color y el aspecto saludable, y añadió: -¿Era necesario tanto sufrimiento? Sé que estabas lejos de nosotros, Señor, pero ¿acaso entraste en la casa de aquel centurión que pidió tu ayuda? En dos ocasiones amigos nuestros te avisaron de la gravedad de Lázaro para que vinieras, pero Lázaro llegó a morir. De nuevo la interrumpieron los sollozos.
-Pero Lázaro no ha muerto, Marta, míralo aquí, a mi lado. Él te mira –dijo Jesús.
-Sí, pero, ¿sabes cuánto hemos padecido mientras agonizaba, cuando moría y cuando le dábamos sepultura? -respondió ahora algo más alterada Marta y elevando un poco más el volumen de su voz.
-¿Qué has querido? ¿demostrar tu poder ante toda esta gente, aun a costa de nuestro dolor? -añadió más exaltada aún.
-¡Marta! –regañó con firmeza María recriminando la injusticia de las palabras de su hermana. Marta también se dio cuenta de su dureza y ahora lloraba con amargura al par que trataba de incorporarse para salir, avergonzada, de la estancia.
Jesús se lo impidió sujetándola por el brazo, mientras con una sonrisa tierna le decía: -¡Oh! Marta, Marta, eres la más fuerte de esta casa y en cambio has demostrado una gran debilidad y falta de fe. Y continuó: -¿Tratas de comprender la voluntad de mi Padre? En verdad, en verdad te digo que más fácil sería contener todas las aguas del Jordán en este cuenco de arcilla. Mira a tu hermana, ella sólo tiene fe y calla.
María se sintió halagada y aproximándose a Jesús reposó la cabeza sobre su hombro. Se hizo el silencio entre ellos, aunque persistía el murmullo de la aglomeración de curiosos que aún continuaba fuera.
De nuevo volvió Marta a dirigirse a Jesús con energía, planteando todas las dudas que se había formulado:
-Señor, has devuelto a nuestro hermano a la vida y mi agradecimiento me llevaría a dar la mía por ti –Jesús agachó la cabeza y sonrió –pero sigo sin comprender: ¿es el sufrimiento que hemos padecido justo castigo por nuestras faltas e iniquidades?
Jesús reaccionó a esas palabras con un gesto irritado y replicó con firmeza:
-¿Acaso cuando una madre ve que su hijo puede caer al pozo, no lo retira con rapidez del brocal y le da un par de azotes en el trasero? ¿Piensas, Marta, que esa madre ha querido hacer daño a su hijo? Esos azotes significan otra cosa, ¿verdad? Pues mi Padre os quiere mucho más que la madre a su hijo.
-No trates de comprender. Me encontrarás en todas partes, sólo con irme a buscar -añadió con un tono mucho más dulce.

María y Lázaro escuchaban con atención sin reservas, abismados en las palabras de Jesús. De nuevo habló Marta, ahora bastante calmada:
-Sé, Señor, que detrás de todo estás Tú. Perdona mi falta de paciencia y mi inseguridad.
Jesús sonrió, bebió un poco de vino y dirigió la mirada a Lázaro preguntando:
-Y tú, Lázaro, amigo, ¿tienes algo que decir?
Lázaro, que había permanecido cautivado mientras Jesús y su hermana conversaban, tardó unos segundos en reaccionar. Suspiró, sonrió, tomó la mano de Jesús y dijo:
-He pasado miedo y frío, Señor, pero sabía que vendrías.
Jesús lo abrazó mientras a Marta le resbalaban dos nuevas lágrimas por sus mejillas.

                                                                                                     Luis G. Ortiz

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