El lector habrá observado que hace ya algún tiempo no aparece ninguna entrada en este blog y ello no es por desidia ni por escasez de temas. En absoluto. Lo cierto es que desde febrero de este 2023 trabajo en un tema muy interesante al que dedico bastante tiempo cada día y del que tendréis noticias en su momento. Así pues, pido disculpas a mis lectores y ahora me dispongo a efectuar un alto en el camino para referirme a ciertos recuerdos de mi infancia. Recuerdos de...
OTRA ÉPOCA
Me remontaré al curso escolar 1968/69. Yo iba a cumplir diez años nada más comenzar las clases. Provenía de la Graduada aneja a la Escuela Normal de Magisterio donde había cursado los estudios primarios y, tras un examen de Ingreso que a la sazón consistía en un dictado y una monumental cuenta de dividir (digo monumental porque en el dividendo había una cantidad de cifras que, como poco, duplicaba la de un divisor que contaría con al menos cinco), accedí al Instituto 'Padre Suárez'. Aún en ese momento, y por muy poco más, la Primaria daba acceso a un Bachillerato de seis años con dos reválidas, una al finalizar el cuarto año y otra al concluir el sexto.
Para un alumnado de la edad que os digo, la transición al Bachiller conllevaba el salto de haber permanecido bajo la atención de un maestro generalista, a recibir un Profesor por cada una de las asignaturas que conformaban lo que actualmente se viene denominado malla curricular.
Cuando uno transitaba por los marmóreos pasillos del Instituto, a menudo se cruzaba con los estudiantes de sexto curso, los cuales, o no reparaban en tu presencia, o si lo hacían era para mirarte con cierto asco. Dios mío, ¿dónde me habían metido? Pero había que sobrevivir a las extrañas normas de ese nuevo mundo: los toques de timbre para cambiar de aula, las esperas en los fríos bancos de los corredores, el convencimiento de que los derechos se adquirían poco a poco, curso a curso porque la jerarquía era la edad.
-¡Eh, levanta! Era el saludo de algún alumno de quinto, o de sexto, que te pedía 'amablemente' el sitio que tú, asistido por el derecho de haber llegado antes, ocupabas. No obstante, sobrevivir no era excesivamente complicado. Había que ir conociendo al veterano, respetar su antigüedad y poco más.
Era habitual etiquetar con un mote a todo Profesor del Claustro. De eso ya se habían encargado los veteranos y algunos de aquellos motes tenían una solera, que ni los mejores vinos. 'Mediometro', 'Pepe guitas', 'La bajita', 'Medialuna', 'El zorro negro'... son ejemplos de los que coronaban a determinados Profesores atendiendo a su físico en unos casos, o a su personalidad, en otros. Hasta los apodos estaban adjudicados en razón de jerarquía. 'Mediometro' manifestaba cierta crueldad hacia el condecorado al hacer referencia diáfana a su estatura, mientras que 'El serio' aludía con claridad a su personalidad con respecto al alumnado.
La Educación Física la practicábamos en el austero patio de rejas verdes contiguo al edificio. Allí, salíamos treinta y tantos o cuarenta niños uniformados con un pantaloncillo corto de color azul y una camiseta verde de sisas. Daba lo mismo invierno que primavera. La indumentaria era la misma. Los fríos te obligaban a permanecer en ejercicio constantemente. Recuerdo una ocasión en que el Delegado de clase, generalmente el de mayor edad o el más corpulento, se dirigió al Profesor para exponerle el efecto que nos producían las bajas temperaturas. El docente vestía un pantalón deportivo largo y una trenca de piel.
-¡Hay que echarle cojones! -fue su contundente respuesta, mientras se desprendía de su chaquetón mostrando un torso velludo como el de un oso. En ese momento comprendí por qué lo de 'Pepe pechos'.
Las clases de Geografía de España las impartía un señor que también servía en la Escuela Normal, preparando en tal materia a los estudiantes de Magisterio. Es bien sabido que Instituto y Escuela Normal están en la misma calle, uno frente a otra. Al terminar la clase para los futuros Maestros, inmediatamente este Profesor tenía cita con los alumnos de primero de Bachllerato. Pero, obviamente, había un tiempo que se perdía durante el traslado. Y más aún si se entretenía con los discípulos de la clase anterior. El hombre, también militar de carrera, tenía la clase jerarquizada como si del ejército se tratara. Capitán General, Coronel, Comandante, Capitán, Teniente, Sargento, Cabo... y la tropa. Yo tuve el honor de ser Sargento, nombrado, como los demás, a su voluntad.
-¡Teniente, borre la pizarra! Al momento la orden pasaba al sargento y yo no podía hacer otra cosa que... ¡Cabo, borre la pizarra! Sobrevivir. Al final, la pizarra la borraba un soldado. Así eran las cosas.
Las clases eran amplias con una tarima sobre la que reposaba la extensa mesa de madera del Profesor. La zona de alumnos estaba peraltada, un pasillo escalonado central y unas bancas corridas, a derecha e izquierda. Para salir un escolar a la pizarra, si no era el más cercano al pasillo, todos debíamos levantarnos elevando el largo asiento para dejarle paso. En alguna ocasión, dependiendo de qué Profesor, la pesada tabla se dejaba caer expresamente para generar un considerable estrépito. ¡Booom, boom bom! rebotaba el incómodo madero antes de que la gravedad lo dejase inerte.
-¿Quién ha sido? -trataba de inquirir el Profesor. En muchas ocasiones se consideraba un lamentable accidente. En otras, un dedo acusador y luego muchos más señalaban a cualquiera de la fila que debía rendir cuentas por cualquier agravio ocurrido fuera de clase.
Volviendo a las clases de Geografía, el mencionado Profesor acostumbraba a llegar cinco o seis minutos tarde. Era el momento en que algunos iban al servicio o bebían agua. Desgraciadamente para los que estaban fuera, la ocasional e inesperada puntualidad del Profesor provocaba una catástrofe. La puerta del aula se cerraba tras el enseñante y conforme iban regresando los evadidos, la mazmorra les iba acogiendo. Uno tras otros se iban acurrucando bajo la mesa del estrado. En esa ocasión recuerdo que entraron once niños. El espectáculo era impresionante. El Profesor giraba ostentosamente su brazo hacia atrás haciéndolo girar doscientos setenta grados y con el impulso final del índice despegaba la ceniza de su puro como un cohete se desprende de una fase ya consumida. El material quemado entraba bajo la mesa sin miramientos, mientras un tropel se protegía moviéndose de un lado a otro y generando un importante estruendo sobre el entarimado. Oficiales, Suboficiales y el resto de la tropa gozaban como en un circo.
Supongo que el cansancio obligaba a 'Pepe puros' a descabezar de cuando en cuando un sueño durante la sesión de clase. Era el momento en que el Capitán General tomaba las riendas y preguntaba la lección del día. En una ocasión yo fui el protagonista. Fui llamado a la tarima y delante de la mesa del Profesor, dando las espalda al resto de compañeros recibí la orden de hablar sobre Extremadura. Viendo el Capitán General que yo no sabía por dónde abordar la tarea, con sumo cuidado giró el libro para que yo pudiese leer sobre el asunto.
-Extremadura es una región situada al centro-oeste de España. La componen las dos provincias más extensas de nuestro querido país...
Lo importante era jugar con la voz al leer. Había que titubear, corregir, cuidar en definitiva el discurso, para dar la impresión de estar recordando y no leyendo. Por otro lado, el soniquete de la 'exposición' mantenía relajado al Maestro. Finalmente el Capitán General volvía a girar el libro de texto y cuando se detenía, el auténtico Jefe de la clase se desperezaba y te calificaba.
-Ponle un dos -ordenaba. Y el Capitán General anotaba el número en el casillero correspondiente de la libreta. Como la calificación máxima era de tres puntos, yo terminé satisfecho de mi interpretación.
Cuando tuve un Profesor que entendía la clase y la materia de otra forma, hube de sudar tinta china para hacerme con los conocimientos que no había aprendido antes.
¿Por qué relato esto? ¿Por resentimiento? No. ¿Por anecdótico? Sí. ¿Por desprecio? No. Pero qué desperdicio. Me consta que el Profesor era un buen docente y que dominaba su materia. Que pensara en su método como una forma de mantener relajado al alumnado, de hacerle reír... Lo ignoro. Sé que no funcionó. Como tampoco funcionó, un par de años después, la iniciativa de otro Profesor de responsabilizar a sus pupilos en la tarea de autocorregir exámenes de Latín bajo palabra de honor de no modificar la información previamente escrita en los folios. Pero todo hay que verlo y analizarlo dentro de su contexto. En general he disfrutado y aprendido con excelentes Maestros y Profesores.
Era otra época.
Hasta la próxima